Por Miguel Ángel Millán*
* Miguel Ángel Millán es interventor educativo con discapacidad y asesor en tecnología adaptada.
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La discapacidad ha sido históricamente vista a través de distintos prismas, pero uno de los errores más frecuentes es equipararla con una enfermedad. Este enfoque, aunque común, es erróneo y perjudicial, ya que refuerza la idea de que la discapacidad debe ser curada en lugar de ser comprendida como una condición de vida que no siempre requiere una solución médica.
Un ejemplo reciente de esta problemática es la película Los dos hemisferios de Lucca, que narra la historia de una madre en búsqueda de un tratamiento para mejorar la condición de su hijo con parálisis cerebral. Si bien la película aborda con sensibilidad la lucha de una familia, también es importante señalar los peligros de reducir la discapacidad a un problema médico que debe ser corregido a toda costa.
En este sentido, el cine y los medios de comunicación tienen la responsabilidad de no alimentar la idea de que todas las discapacidades pueden o deben tratarse de la misma manera. Cada condición es única y requiere una comprensión específica que vaya más allá del paradigma biomédico. En el caso de Los dos hemisferios de Lucca, la historia puede dar pie a interpretaciones erróneas sobre la discapacidad, promoviendo la noción de que la única opción válida es la búsqueda de una cura, cuando en muchos casos lo más importante es la aceptación, la accesibilidad y la inclusión.
Para entender mejor por qué la discapacidad no es una enfermedad, es clave diferenciar los modelos de discapacidad. El modelo médico la considera un defecto que debe corregirse, mientras que el modelo social, en contraste, la entiende como una interacción entre la persona y las barreras del entorno. Existe también el modelo biopsicosocial, que integra ambos enfoques, reconociendo tanto las condiciones individuales como los factores sociales que afectan a la persona. La relevancia de estos modelos radica en la manera en que influyen en la percepción y en las políticas públicas sobre la discapacidad.
Además, no todas las discapacidades son permanentes. Algunas pueden ser temporales debido a accidentes o enfermedades transitorias, mientras que otras pueden beneficiarse de procesos de rehabilitación para mejorar la autonomía de la persona. Sin embargo, esto no significa que todas deban tratarse bajo la misma óptica ni que exista una solución universal para todas las condiciones. Insistir en buscar tratamientos milagrosos puede derivar en frustración, gasto innecesario y, en ocasiones, incluso en prácticas poco éticas que se aprovechan de la desesperación de las personas y sus familias.
Es crucial que dejemos de ver la discapacidad como un problema que necesita solución médica inmediata y empecemos a enfocarnos en construir sociedades más accesibles e inclusivas. La discapacidad no es una tragedia ni una enfermedad, sino una condición que forma parte de la diversidad humana y que debe ser abordada desde la dignidad y el respeto, no desde la compasión o la urgencia de cura.