Unidos somos más fuertes: la organización como clave para la inclusión social

Organizarnos como personas con discapacidad no solo es útil; es urgente, porque la historia nos demuestra que los derechos no se regalan, se conquistan.

Por Miguel Ángel Millán*

* Miguel Ángel Millán es interventor educativo con discapacidad y asesor en tecnología adaptada.

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Cuando hablamos de inclusión para las personas con discapacidad, solemos imaginar leyes, apoyos, discursos oficiales y buenas intenciones, sin embargo, pocas veces nos detenemos a pensar en algo igual o más importante: la organización. No basta con que exista un problema para que alguien venga a resolverlo; tampoco basta con que cada persona alce la voz por su cuenta. Querer inclusión sin organización es como querer avanzar sin saber hacia dónde caminar. Por eso, aprender a unirnos, planear, cooperar y trabajar en colectivo es una pieza fundamental para que cualquier objetivo pueda convertirse en realidad.

Las organizaciones civiles nacen justamente de la necesidad de estructurarnos. Son espacios donde la experiencia individual se vuelve fuerza colectiva, donde las ideas se convierten en proyectos y donde los reclamos toman forma de propuestas. Son, en pocas palabras, la manera más efectiva de demostrar que la inclusión no es solo un discurso, sino un proceso que requiere constancia, participación y estrategia.

El problema es que, en México, la comunidad de personas con discapacidad suele vivir el camino contrario. Avanzamos por separado, cada quien desde su batalla personal, con sus propios retos y su propio cansancio. Esto provoca que los esfuerzos se diluyan, que muchos trabajemos en lo mismo pero cada quien por su lado, y que las oportunidades de lograr cambios más profundos se pierdan en medio del ruido. 

Imagina que varias personas intentan empujar un coche descompuesto, pero cada una lo hace en una dirección distinta: por más buena intención que exista, el coche no avanza hacia ninguna parte.

Una de las barreras más grandes para construir organizaciones fuertes es el individualismo. Muchas personas creen que sus experiencias son suficientes para entender la totalidad del problema, o que su voz es más importante que la de los demás. Pero la inclusión no se construye desde el protagonismo ni desde el «yo tengo la razón». Se construye desde la diversidad de opiniones, desde el respeto por las vivencias ajenas y, sobre todo, desde la capacidad de escuchar. 

Si cada persona quiere encabezar su propio movimiento, lo único que se genera son pequeños grupos aislados, todos peleando por ser escuchados, pero sin la fuerza para lograr cambios reales.

Otro obstáculo frecuente es el protagonismo político. Muchas veces, la discapacidad se vuelve una bandera para obtener simpatías, votos o presencia pública y cuando eso sucede, las necesidades reales quedan en segundo plano. La organización civil no puede ser un espacio para alimentar egos, sino para impulsar cambios. 

Si un grupo se forma con la intención de favorecer a una persona o partido político, su propósito se desvirtúa y se vuelve un reflejo más del mismo sistema que nos ha dejado fuera por décadas.

Aprender a organizarnos también implica aceptar que necesitamos estructura. No basta con reunirse, hacer un grupo de WhatsApp o crear una página en redes sociales. La estructura significa definir objetivos claros, funciones, responsabilidades y mecanismos para evaluar avances. Significa tener reglas y acuerdos que permitan trabajar con orden y transparencia. Una organización sin estructura es como un castillo de arena, puede verse bonito, pero sin fortaleza para sostenerse en el tiempo.

Para quienes nunca han participado en una organización, puede parecer complicado, pero empezar es más sencillo de lo que parece. Lo primero es identificar una causa común: ¿qué queremos cambiar? ¿Accesibilidad? ¿Trabajo? ¿Educación? ¿Movilidad? 

Lo segundo es reunir a personas que compartan esa preocupación y que estén dispuestas a trabajar. No personas que quieran figurar, sino personas que quieran aportar. 

Lo tercero es establecer objetivos concretos, medibles y alcanzables. Y lo cuarto, quizás lo más importante, es mantener la constancia. Ninguna organización cambia las cosas de un día para otro. Se requiere paciencia, compromiso y mucha comunicación.

Organizarnos como personas con discapacidad no solo es útil, es urgente, porque la historia nos demuestra que los derechos no se regalan, se conquistan, y para conquistar algo, necesitamos actuar juntos. Necesitamos representar nuestras propias demandas, crear nuestras propias propuestas y participar activamente en la construcción de un país más accesible y equitativo. Nadie conoce mejor nuestras necesidades que nosotros mismos, y nadie debería hablar por nosotros si no estamos presentes.

Si queremos una inclusión verdadera, debemos dejar de pensar y actuar como individuos aislados. La fuerza está en la unión. La voz está en el colectivo y el cambio empieza en el momento en el que dejamos de esperar que otros nos resuelvan la vida y empezamos a organizarnos para transformar nuestro propio futuro.

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