Por Miguel Ángel Millán
* Miguel Ángel Millán es interventor educativo con discapacidad y asesor en tecnología adaptada.
Cuando llega el 14 de febrero, las calles de México se tiñen de rojo pasión y el aroma a chocolate se mezcla con el perfume de las flores. Es el día en que el amor se celebra en todas sus formas, pero, ¿qué pasa con aquellos a quienes rara vez se les reconoce tener deseos y necesidades sexuales y afectivas? Sí, estoy hablando de las personas con discapacidad.
Para muchos pensar en las necesidades sexuales y afectivas de las personas con discapacidad es como intentar imaginar a un pez escalando un árbol; simplemente no les cabe en la cabeza. Pero, ¿acaso el amor y el deseo son exclusivos de quienes pueden correr un maratón o ver una puesta de sol? Claro que no. El corazón y la piel no entienden de límites físicos ni de capacidades diferenciadas.
El 14 de febrero, mientras la mayoría se enreda en el dilema de elegir el regalo perfecto o el restaurante con el ambiente más romántico, hay quienes luchan por un reconocimiento mucho más básico: el derecho a ser vistos como seres sexuales y afectivos.
En México, como en muchos lugares del mundo, persiste un tabú enorme alrededor de la sexualidad de las personas con discapacidad. Se les infantiliza, se les desexualiza, se les niega su derecho a explorar y disfrutar de su sexualidad y afectividad de manera plena y saludable.
¿Cómo podemos cambiar esto? Para empezar, necesitamos una buena dosis de apertura mental y educación sexual inclusiva. No es cuestión de caridad, sino de derechos humanos. Las personas con discapacidad merecen tener acceso a información y recursos que les permitan vivir su sexualidad de manera segura y satisfactoria. Esto incluye desde la educación sexual hasta el acceso a servicios sexuales, pasando por el reconocimiento legal y social de sus relaciones.
Y, por supuesto, necesitamos hablar más sobre ello. El silencio y el tabú solo perpetúan la ignorancia y la discriminación. Así que este 14 de febrero, mientras celebras el amor en todas sus formas, recuerda que hay historias que no están siendo contadas, deseos que no están siendo reconocidos y derechos que no están siendo respetados. El amor y el deseo son universales, no discriminan, y es hora de que nuestra sociedad tampoco lo haga.
Al final del día, todos buscamos lo mismo: conexión, aceptación y alguien con quien compartir el último trozo de chocolate. Y eso, queridos amigos, es algo que no debería tener barreras.