Existe la idea equivocada de que las personas con discapacidad debemos ser intocables, ajenas a cualquier chiste o broma, como si estuviéramos rodeados por un aura de solemnidad.
* Miguel Ángel Millán es interventor educativo con discapacidad y asesor en tecnología adaptada.
Reírnos de nosotros mismos es una habilidad que pocos desarrollan, y en el mundo de la discapacidad esto parece ser aún más complejo. Existe la idea equivocada de que las personas con discapacidad debemos ser intocables, ajenas a cualquier chiste o broma, como si estuviéramos rodeados por un aura de solemnidad. Pero el humor, en realidad, es un igualador social. Nos permite observar con otra perspectiva aquello que muchas veces tratamos como sagrado o intocable, y eso incluye también a nuestra propia condición.
Si de verdad buscamos un trato igualitario, sin lástima ni sobreprotección, es necesario aprender a tomar la comedia como lo que es: humor. No es necesario alarmarnos cuando alguien hace un chiste sobre la discapacidad, sobre todo si nosotros mismos también nos damos permiso de reírnos de los demás. Lo que verdaderamente debería indignarnos es la indiferencia que enfrentamos a diario o las barreras físicas y sociales que nos impiden vivir con libertad. Eso sí nos limita, eso sí nos afecta directamente.
Entonces, ¿por qué algunos prefieren cancelar a un comediante por un chiste sobre discapacidad, pero se acostumbran sin problema a las rampas inexistentes, los semáforos sin sonido o la discriminación laboral? Tal vez porque es más sencillo indignarse en redes sociales que enfrentar las injusticias reales de cada día.
El humor también es una forma de aceptación. Hacer bromas sobre nuestra propia discapacidad o reírnos cuando alguien cercano lo hace con respeto demuestra que hemos integrado esta parte de nosotros sin victimismo. Nos aleja de la idea de ser “seres especiales” o “personas intocables”, y nos coloca al mismo nivel que los demás: personas comunes y corrientes, con virtudes, defectos y, por supuesto, sentido del humor.
Reírnos de nosotros mismos es una muestra de madurez emocional. Es entender que la discapacidad no nos define por completo y que podemos tomarla con naturalidad, sin solemnidades. Además, el humor tiene un efecto sanador: alivia tensiones, mejora el estado de ánimo y nos da energía para enfrentar los retos diarios. Cuando logramos encontrar la risa en medio de situaciones difíciles, descubrimos un recurso poderoso que nos impulsa a seguir adelante.
Claro está, no se trata de justificar cualquier comentario ofensivo disfrazado de chiste. Hay diferencias claras entre un humor basado en la empatía y otro que busca humillar. El contexto, el momento y la intención son clave para entender si una broma es aceptable.
Entre amigos, la confianza crea un espacio seguro para reírnos juntos. No es lo mismo compartir una broma con alguien cercano que recibir un comentario hiriente de un desconocido, cuya única finalidad es ridiculizar.
La discapacidad enseña muchas cosas, y una de ellas es que la vida está llena de tropiezos. Reírse de esos tropiezos no es rendirse ni minimizar la experiencia, es quitarles el peso que no merecen. Porque si ya nos caímos, al menos que la carcajada nos sirva de impulso para levantarnos con más ligereza