Para quienes viven con discapacidad, puede representar una pequeña pero significativa forma de resistir al aislamiento y abrir un canal de comunicación cuando todos los demás parecen cerrados.
Por Miguel Ángel Millán*
* Miguel Ángel Millán es interventor educativo con discapacidad y asesor en tecnología adaptada.
En un mundo donde la atención psicológica es, aún hoy, un privilegio y no un derecho garantizado, cada vez más personas han recurrido a herramientas como ChatGPT para hablar de sus emociones, buscar orientación o simplemente encontrar un espacio seguro para expresar lo que les duele. Este fenómeno, que para algunos resulta curioso, para muchos otros representa una necesidad real, especialmente para personas con discapacidad que enfrentan barreras físicas, económicas o sociales para acceder a una terapia convencional.
Entre las principales ventajas de usar ChatGPT como un «terapeuta digital» está la accesibilidad inmediata. A cualquier hora, en cualquier lugar y sin cita previa, se puede escribir un mensaje y recibir una respuesta. Para alguien con discapacidad motriz que no puede trasladarse fácilmente o una persona ciega que enfrenta un entorno físico poco accesible, esta alternativa tecnológica representa una puerta abierta a la conversación y el desahogo. Además, al no haber un juicio humano ni un rostro al otro lado, muchas personas sienten mayor libertad para hablar de temas que les generan vergüenza, ansiedad o miedo.
También hay un beneficio económico evidente. Las terapias psicológicas pueden ser costosas, y no todas las personas cuentan con seguros, apoyos institucionales o familiares que puedan asumir esos gastos. En ese contexto, una herramienta gratuita o de bajo costo como ChatGPT puede ser la única opción viable para recibir algún tipo de orientación emocional.
Sin embargo, es importante hablar con claridad sobre las desventajas. ChatGPT no es un terapeuta real. No puede diagnosticar trastornos mentales, no tiene intuición emocional ni historia personal compartida con quien escribe, y aunque puede ofrecer respuestas empáticas y sugerencias útiles, carece de la sensibilidad humana que se desarrolla a través de años de experiencia clínica. En casos graves como la depresión profunda, ideas suicidas o traumas complejos, acudir únicamente a un modelo de inteligencia artificial no solo puede ser insuficiente, sino incluso riesgoso.
También está el riesgo de la dependencia emocional hacia la plataforma. Al no tener una figura real con quien establecer límites, algunas personas pueden desarrollar un apego poco sano, creyendo que han encontrado a su confidente ideal, cuando en realidad están interactuando con un sistema diseñado para procesar lenguaje, no emociones humanas en toda su complejidad.
A pesar de estas limitaciones, existen formas en que ChatGPT puede ser utilizado de manera responsable para temas de salud mental, especialmente cuando otras opciones no están disponibles. Por ejemplo:
Usar la herramienta como un diario conversacional, donde uno pueda escribir cómo se siente y recibir reflexiones o preguntas que ayuden a mirar las cosas desde otra perspectiva.
Solicitar estrategias prácticas para manejar el estrés, la ansiedad o mejorar hábitos de sueño, alimentación o rutina.
Pedir orientación sobre cómo iniciar una conversación difícil, cómo mejorar la autoestima o cómo comunicarse mejor con familiares o pareja.
Usarlo como espacio de reflexión mientras se busca apoyo profesional o se espera una cita con un terapeuta real.
En definitiva, ChatGPT no sustituye el valor del vínculo humano en la terapia, pero sí puede ser una herramienta de acompañamiento, especialmente en contextos de exclusión o precariedad. Para quienes viven con discapacidad, puede representar una pequeña pero significativa forma de resistir al aislamiento y abrir un canal de comunicación cuando todos los demás parecen cerrados.
La clave está en usarlo con conciencia: reconociendo sus posibilidades, pero también sus límites. Porque incluso en lo digital, el cuidado emocional sigue siendo un acto profundamente humano.