Por Francisca Meza Carranza*
*Francisca Meza es comunicóloga, reportera con discapacidad y fundadora de Plan B
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“Verdad que se siente feo que te bloqueen el paso”, le dije a un conductor que se quedó encerrado en el estacionamiento de un banco. Antes él se estacionó en un lugar designado a personas con discapacidad, además de obstruir la rampa con su vehículo. Obviamente no iba a dejar pasar la oportunidad de decirlo.
Quizá para la mayoría de las personas una escena como la anterior no es algo importante, pero para una persona que vive con alguna discapacidad sí lo es. No es que necesitemos un trato especial, solo pugnamos por respeto a los espacios ganados que, siendo realistas, son mínimos.
Es cierto que a 32 años de la declaración del Día Internacional de las Personas con Discapacidad, hecha por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1992, existen avances en los derechos de este sector, pero falta mucho por hacer.
Si lo plasmado en la legislación, tratados y convenios se cumpliera, la vida de las personas con discapacidad y sus seres queridos sería, si no más fácil, sí menos complicada, pero por ahora no hemos llegado a eso, y es la realidad que debemos enfrentar e intentar cambiar.
Hoy es un día más de las personas con discapacidades, pero solo es un día al año, de reconocimiento, eventos, conferencias, y eso si es que se acuerdan o es importante para quienes tienen en sus manos el poder de incluirnos, pero en casa, en lo personal, cada día es un día de lucha.
La primera lucha para quienes adquirimos una discapacidad es aceptarla y aprender a vivir, o sobrevivir, con ella. Después viene la lucha que representa salir al mundo, adaptarte a una sociedad que no está lista para nosotros; a veces parece que no quiere estarlo. Una lucha similar es para quienes nacen con una discapacidad y sus familias.
Es cuando uno se da cuenta que la discapacitante puede llegar a ser la sociedad y no la lesión medular que me dejó en silla de ruedas hace casi 5 años. En pleno siglo 21 hay personas que se te quedan viendo sin disimular, se burlan, juzgan y llegan a ser despectivos. De esta condición he aprendido a ser paciente, tolerante y mesurada, e intento enseñar a mis acompañantes que, lógicamente, se enojan y frustran en distintas situaciones al salir de casa.
Muchas veces, cuando cedes al ánimo, prefieres quedarte en casa, no sé si llamarlo zona de confort, a enfrentarte a la falta de accesibilidad. No hay rampas, hay baches, no hay por donde pasar, las superficies son incómodas y no hay espacios incluyentes.
No se trata de hacer por hacer, no es solo colocar una rampa por cumplir, se tiene que construir con la inclinación y anchura adecuada, no solo para sillas de ruedas ortopédicas sino también para las activas que el propio usuario maneja y contribuye a su independencia.
Cada logro en cuanto a accesibilidad tiene una razón de ser, no es, repito, una cuestión de trato especial, sino de necesidades específicas. En lugares para hacer algún trámite, por ejemplo, se requieren espacios con poca altura para usuarios de silla de ruedas o personas de talla baja; señaléticas podotáctiles, de sistema Braille y acceso a perros guía o de compañía; intérpretes de Lengua de Señas y lugares prioritarios, por mencionar lo básico. En todos los casos se requieren personas con paciencia y empatía.
Las personas con discapacidad luchamos, entre otras cosas, por nuestra independencia y dignificación. Muchos tenemos la capacidad de trabajar, tal vez no con la misma condición que el resto de la sociedad económicamente activa, o como lo hacíamos antes, pero sabemos hacerlo. Solo se necesitan los espacios y la voluntad de emplear. Los programas de pensiones no son malos, porque para algunas personas son su único ingreso, pero no son todo.
Los gastos llegan a ser exorbitantes para personas con discapacidad; se requieren servicios médicos, psicológicos o de rehabilitación, medicamentos generales y psiquiátricos, que sean de verdad accesibles para todos, en cualquier región de la entidad. A eso se le suma que se requiere una persona cuidadora, o familiares que en consecuencia no puede trabajar, o lo hacen a medias.
Aprovecho este texto para decir a funcionarios, representantes populares y a algunas personas que cuando una persona con discapacidad se acerca no significa que es para pedir dinero, necesidades hay infinitas, pero a veces solo se busca una oportunidad, me tocó ver una situación en ese sentido, y las he vivido.
Hay tanto que decir, visibilizar y tratar de explicar que no terminaría ahorita, solo espero generar un poco de conciencia y/o empatía a quien me lea sobre lo que es esto.
Concluyo, como siempre, con agradecimiento eterno a quienes están conmigo, en cualquier ámbito. Gracias infinitas también a quienes confían en mis capacidades por darme la oportunidad de demostrarlo, aun con mi movilidad reducida y necesidades específicas. A quienes me ayudan, ¡gracias!.
Gracias a quienes hacen de esto algo más ligero…