Lo que debería ser un periodo de formación, crecimiento y construcción de un futuro, para muchos jóvenes con discapacidad se convierte en una carrera de obstáculos marcada por la exclusión y la falta de garantías.
Por Miguel Ángel Millán*
* Miguel Ángel Millán es interventor educativo con discapacidad y asesor en tecnología adaptada.
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Cada 12 de agosto se conmemora el Día Internacional de la Juventud, una fecha que busca reflexionar sobre las oportunidades, retos y derechos de las personas jóvenes en todo el mundo. Sin embargo, cuando hablamos de juventud y discapacidad, las promesas y discursos muchas veces se quedan cortos frente a la realidad. Lo que debería ser un periodo de formación, crecimiento y construcción de un futuro, para muchos jóvenes con discapacidad se convierte en una carrera de obstáculos marcada por la exclusión y la falta de garantías.
Si bien los marcos legales hablan de igualdad y no discriminación, en la práctica los derechos de los jóvenes con discapacidad son vulnerados en distintas dimensiones. La educación, por ejemplo, es uno de los campos donde las brechas son más visibles: falta de materiales accesibles, ausencia de ajustes razonables, carencia de tecnologías adaptadas y docentes poco capacitados para atender la diversidad. Esto provoca que, aun cuando logran acceder a la escuela, las condiciones para permanecer y desarrollarse sean insuficientes.
El empleo es otro territorio donde la promesa de igualdad se rompe. Muchos jóvenes con discapacidad se enfrentan a procesos de selección que los descartan sin siquiera evaluar sus capacidades reales. La falta de entornos laborales accesibles y de políticas inclusivas, sumada a los prejuicios de empleadores y compañeros, perpetúa el círculo de la dependencia económica y limita sus posibilidades de independencia.
En el ámbito de la salud, la situación tampoco es alentadora. Las barreras físicas en hospitales, la falta de personal capacitado en atención a la discapacidad, y los tiempos prolongados para recibir terapias o consultas especializadas afectan directamente la calidad de vida. Esta exclusión en la atención médica no solo vulnera un derecho fundamental, sino que también incrementa la desigualdad.
Las oportunidades de participación social, cultural y política son igualmente restringidas. Aunque existen programas que buscan fomentar el liderazgo juvenil, rara vez contemplan ajustes para que las personas con discapacidad puedan involucrarse plenamente. Esto tiene un efecto profundo: sin representación, las voces de los jóvenes con discapacidad quedan fuera de la construcción de las soluciones que los afectan.
La discriminación y el capacitismo también afectan la vida cotidiana de estos jóvenes. Los estereotipos que los infantilizan o que suponen que no pueden tomar decisiones por sí mismos limitan su autonomía y fomentan actitudes de sobreprotección. Esto no solo repercute en su autoestima, sino también en la manera en que la sociedad los percibe y los incluye o excluye.
El Día Internacional de la Juventud debería ser una oportunidad para cuestionarnos si las políticas, programas y acciones que celebramos realmente incluyen a quienes viven con una discapacidad. Porque la inclusión no es un concepto que deba restringirse a la escuela o a las infancias.
La discapacidad, en la mayoría de los casos, es una condición permanente que acompaña a las personas a lo largo de toda su vida. Por ello, garantizar los derechos y la participación plena de la juventud con discapacidad no es un gesto de buena voluntad: es una obligación que, como sociedad, seguimos sin cumplir y que fuera del ámbito escolar, todavía tiene mucho camino por recorrer.