En el huracán Otis, muchas personas no recibieron la información a tiempo y, entre ellas, hubo personas con discapacidad que no pudieron ser evacuadas de forma segura.
Por Miguel Ángel Millán*
* Miguel Ángel Millán es interventor educativo con discapacidad y asesor en tecnología adaptada.
La naturaleza no pregunta si estamos preparados, simplemente actúa. Acapulco lo sabe bien. Entre ciclones, huracanes y temblores, los habitantes del puerto han aprendido a vivir con la incertidumbre de los desastres naturales, sin embargo, hay una parte de la población que enfrenta una doble vulnerabilidad: las personas con discapacidad. A pesar de los esfuerzos por generar planes de prevención, la inclusión de este grupo sigue siendo, en muchos casos, una asignatura pendiente.
Cada año, al iniciar la temporada de ciclones, los medios de comunicación nos bombardean con recomendaciones: tener a la mano una mochila de emergencia, identificar las rutas de evacuación, almacenar agua, proteger ventanas. Pero, ¿cuántas veces vemos en esas campañas algún mensaje dirigido a personas con discapacidad auditiva, visual o motriz? La respuesta es desalentadora. Rara vez se considera que no todos pueden salir corriendo de inmediato, escuchar una alerta sísmica, o leer un boletín informativo.
Una alerta de emergencia que solo se emite por radio o televisión excluye a quienes no pueden ver ni oír. Una ruta de evacuación que implica escaleras o calles irregulares ignora a quienes se movilizan en silla de ruedas o utilizan bastones. Un refugio temporal sin espacios accesibles, sin personal capacitado o sin condiciones adecuadas para una persona con epilepsia, autismo o discapacidad intelectual, deja fuera a una parte significativa de nuestra comunidad.
La inclusión en la prevención no es una cuestión de buena voluntad. Es una obligación moral y legal. No se trata de crear planes aparte para las personas con discapacidad, sino de integrarlas desde el inicio en los protocolos generales de acción. Incluir lenguaje de señas en los mensajes televisivos, adaptar los refugios, capacitar al personal de protección civil, diseñar simulacros accesibles, son acciones urgentes que salvan vidas.
En el huracán Otis, muchas personas no recibieron la información a tiempo, y entre ellas, hubo personas con discapacidad que no pudieron ser evacuadas de forma segura. Lo mismo ocurre cuando tiembla. El tiempo para actuar es reducido y cada segundo cuenta. Pero si desde el diseño del plan no se contempla a toda la población, ya vamos tarde.
En Acapulco, donde la tierra tiembla con frecuencia y los ciclones marcan el calendario anual, debería ser una prioridad implementar sistemas de alerta inclusivos. Existen tecnologías que pueden ayudar: mensajes de texto con alertas anticipadas, apps con accesibilidad integrada, megáfonos con señales visuales y vínculos con redes comunitarias para asistir a personas con discapacidad en casos de emergencia, pero mientras sigamos ignorando esta necesidad, la brecha de la vulnerabilidad se mantendrá.
La prevención debe ser una estrategia colectiva, no excluyente. Porque todos tenemos derecho a estar informados, a estar preparados, a estar seguros. Porque cuando la naturaleza actúa, no distingue condiciones, pero nosotros, como sociedad, sí podemos decidir a quiénes protegemos. Y si dejamos fuera a las personas con discapacidad de los planes de emergencia, también estamos decidiendo no protegerlas.
Incluir a la discapacidad en los planes de prevención no es un favor. Es justicia. Es humanidad. Y es urgente.