Por Miguel Ángel Millán*
* Miguel Ángel Millán es interventor educativo con discapacidad y asesor en tecnología adaptada.
En el mundo de la discapacidad, donde muchas familias buscan soluciones para mejorar la calidad de vida de sus seres queridos, proliferan las llamadas “terapias mágicas”. Estas promesas vacías, revestidas de ciencia o espiritualidad, suelen prometer curas milagrosas o avances extraordinarios a personas con discapacidad. Sin embargo, más allá de los atractivos resultados que ofrecen, estas terapias son, en el mejor de los casos, ineficaces y, en el peor, peligrosas para la salud física y emocional de quienes las adoptan.
Identificar estas prácticas fraudulentas puede marcar la diferencia entre proteger la salud y el bienestar de una persona con discapacidad o caer en una estafa que consume tiempo, dinero y esperanzas.
Una de las señales más evidentes es el uso de términos ambiguos como “activación de ADN”, “energías curativas” o “retroalimentación neuronal instantánea”. Estas frases suelen ser acompañadas de testimonios exagerados o demasiado buenos para ser verdad, presentados sin evidencia médica ni respaldo de instituciones reconocidas. Además, estas terapias suelen requerir pagos exorbitantes por sesiones, equipos o sustancias que carecen de registro sanitario o aprobación por parte de las autoridades de salud.
Imaginemos a una familia que escucha hablar de un “suero milagroso” que promete regenerar tejido nervioso en personas con parálisis cerebral. Desesperados por ayudar a su ser querido, deciden adquirir varias dosis del supuesto remedio. Tras meses de esfuerzo económico, los resultados son inexistentes, y el paciente incluso sufre efectos secundarios.
O pensemos en el caso de alguien que acude a un terapeuta que asegura “reactivar” la vista en personas ciegas usando campos magnéticos. Las promesas iniciales generan esperanza, pero después de pagar altos honorarios, la persona afectada y su familia descubren que no hay mejora alguna, solo un sentimiento de frustración y engaño. Estos ejemplos, aunque ficticios, reflejan situaciones comunes en las que muchas personas han caído.
Actualmente, los estafadores han adoptado tendencias más sofisticadas para atraer a sus víctimas. El auge de las redes sociales y las plataformas digitales ha permitido que estas prácticas fraudulentas se difundan con mayor rapidez y alcancen a un público más amplio. Es común encontrar anuncios dirigidos que prometen curas rápidas mediante tecnologías “revolucionarias”, como terapias basadas en inteligencia artificial o dispositivos “inteligentes” que en realidad no tienen base científica. También está creciendo el uso de influencers para respaldar estas prácticas, quienes sin tener formación profesional dan credibilidad a tratamientos fraudulentos.
Otra estrategia utilizada por estos estafadores es apelar a la desesperación y el amor de las familias. Muchas veces, los discursos incluyen frases como “¡No se rinda, esta es su última oportunidad!” o “Hemos ayudado a cientos de personas como su hijo”, diseñadas para explotar las emociones de quienes buscan con ansias una solución. Los familiares de personas con discapacidad suelen ser los más vulnerables a estas estrategias, especialmente porque la promesa de mejorar la calidad de vida de un ser querido puede nublar el juicio crítico.
Para no caer en estas trampas, es importante mantenerse informado y ejercer un sano escepticismo. Antes de considerar cualquier tratamiento, es fundamental consultar con profesionales de la salud certificados y buscar evidencias científicas que respalden la eficacia de la terapia en cuestión. La verificación de las credenciales del proveedor del servicio también es esencial; una búsqueda rápida en internet puede revelar si existen denuncias o alertas sobre esa persona o institución. Adicionalmente, desconfiar de aquellos que aseguren resultados inmediatos o que ofrezcan explicaciones demasiado simplistas para problemas complejos es una buena práctica.
La lucha contra las terapias mágicas también pasa por la educación y la sensibilización. Es crucial que las instituciones, los profesionales de la salud y las organizaciones de la sociedad civil trabajen en conjunto para informar a las comunidades sobre los riesgos de estas prácticas y la importancia de seguir tratamientos respaldados por la ciencia. Al mismo tiempo, es necesario fomentar un diálogo abierto sobre la discapacidad, donde se reconozcan los derechos y necesidades de las personas afectadas sin romantizar su situación ni buscar soluciones simplistas.
En este contexto, el papel de las personas con discapacidad y sus familias es crucial para denunciar y compartir información sobre estas estafas. La unión y el intercambio de experiencias pueden ser herramientas poderosas para prevenir que más personas caigan en las redes de los estafadores. Porque al final del día, no existen curas milagrosas, sino procesos de rehabilitación que, junto con la aceptación de la discapacidad y el apoyo de quienes nos rodean, permiten a las personas con esta condición alcanzar su máximo potencial humano e integrarse de manera significativa en la sociedad.