Esta visión, disfrazada de buena voluntad, perpetúa una forma sutil de exclusión: la idea de que las personas con discapacidad son incapaces de opinar, decidir o intervenir en aquello que afecta directamente sus vidas.
Por Miguel Ángel Millán*
* Miguel Ángel Millán es interventor educativo con discapacidad y asesor en tecnología adaptada.
——————–
A lo largo de la historia, la sociedad ha tratado a las personas con discapacidad bajo un enfoque paternalista. Se les ha visto como sujetos a los que hay que proteger, cuidar y asistir, pero rara vez como protagonistas de sus propias decisiones. Esta visión, disfrazada de buena voluntad, perpetúa una forma sutil de exclusión: la idea de que las personas con discapacidad son incapaces de opinar, decidir o intervenir en aquello que afecta directamente sus vidas.
El problema comienza muchas veces en el hogar. Cuando un niño o niña con discapacidad nace, no falta quien diga “Dios les mandó una prueba” o “hay que protegerlo de todo”. Y esa protección, aunque aparentemente noble, puede convertirse en una barrera invisible. Padres que deciden qué estudiar, qué vestir, con quién hablar, o incluso si deben salir de casa. En lugar de enseñarles a tomar decisiones, se les priva de la oportunidad de equivocarse, de aprender, de vivir. Así, la sobreprotección se disfraza de amor, pero es también una forma de negación de derechos.
En el ámbito educativo ocurre algo similar. Muchos docentes y autoridades escolares, sin mala intención, deciden qué tipo de actividades puede o no realizar un estudiante con discapacidad. “No lo pongamos a participar en deportes porque podría lastimarse”, “no le pidamos que lea en voz alta para que no se sienta mal”. Esas decisiones, tomadas sin preguntar, sin escuchar, refuerzan el mensaje de que su participación es secundaria o decorativa. En vez de adaptar el entorno para incluirlos, se los excluye bajo la excusa de protegerlos.
Y cuando el problema escala al terreno legal o político, las consecuencias son aún más graves.
Casos como el de la ministra Lenia Batres, que propuso eliminar la obligación de consultar a las personas con discapacidad antes de aprobar leyes que las afecten, evidencian que el paternalismo no sólo está presente en las familias o escuelas, sino también en las instituciones del Estado. Bajo el argumento de que si las leyes “les benefician”, se les niega el derecho a ser consultados. Pero, ¿quién mejor que ellos mismos para determinar qué los beneficia o perjudica?
Pensar que alguien con discapacidad necesita que otros hablen por él o ella es una forma moderna de invisibilización. Es reducir su ciudadanía a un estado de tutela permanente, donde su voz no tiene peso legal ni social. El modelo social de la discapacidad —el que reconoce que las barreras están en la sociedad y no en las personas— se contrapone precisamente a ese pensamiento. No se trata de protegerlos del mundo, sino de transformar el mundo para que todos puedan participar en igualdad de condiciones.
En la vida cotidiana también vemos ejemplos de cómo el paternalismo se disfraza de empatía. Cuando una persona con discapacidad logra algo tan básico como conseguir empleo, muchos lo llaman “héroe”. Y aunque la intención es positiva, ese lenguaje refuerza la idea de que su éxito es una excepción y no un derecho. Se les aplaude por existir, pero no se les escucha cuando exigen mejores condiciones laborales o accesibilidad real en los espacios públicos.
El reto de fondo está en cambiar la mentalidad. La inclusión no se logra con rampas o leyes simbólicas, sino con la participación activa de quienes viven la discapacidad día a día. Consultarlos, incluirlos en los procesos de toma de decisiones, permitirles ser parte de las soluciones, no sólo de los problemas. Escuchar su experiencia es reconocer que no son receptores pasivos de ayuda, sino agentes de cambio con ideas, derechos y responsabilidades.
El lema “Nada sobre nosotros sin nosotros” no es una frase de protesta, es un principio de justicia. Significa que nadie, por más preparado o empático que se sienta, puede decidir por otro grupo social sin haberlo escuchado primero.
También puedes leer: