Vejez y discapacidad: el futuro que nuestras ciudades no están preparadas para enfrentar

Hoy miramos a los adultos mayores como «los otros»; mañana, inevitablemente, seremos nosotros mismos quienes pidamos una ciudad más humana.

Por Miguel Ángel Millán*

* Miguel Ángel Millán es interventor educativo con discapacidad y asesor en tecnología adaptada.

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Cada 1 de octubre se conmemora el Día Internacional de las Personas de Edad, una fecha que debería servir no solo para honrar a quienes han acumulado décadas de experiencia, sino también para reflexionar sobre los retos que la vejez representa en términos de inclusión y accesibilidad. La realidad es que el envejecimiento está directamente relacionado, en la mayoría de los casos, con la adquisición de alguna discapacidad, y eso plantea un desafío urgente para nuestras ciudades.

El envejecimiento no es un problema; es un logro social. La expectativa de vida en México ha aumentado considerablemente en las últimas décadas gracias a avances en salud, tecnología y condiciones de vida. Sin embargo, vivir más años también significa una mayor probabilidad de enfrentar condiciones como la pérdida de la movilidad, la disminución de la vista o el oído, o enfermedades crónicas incapacitantes. 

Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en el Censo 2020, México contaba con 15.1 millones de personas de 60 años y más, lo que representaba el 12 por ciento de la población total. Proyecciones del Consejo Nacional de Población (CONAPO) señalan que para 2050 esta cifra alcanzará los 32.4 millones, es decir, más del 21 por ciento de la población nacional.

Si lo pensamos detenidamente, en menos de tres décadas, uno de cada cinco mexicanos será una persona mayor. Y, con ello, uno de cada cinco mexicanos tendrá altas probabilidades de vivir con una discapacidad. Sin embargo, nuestras ciudades siguen diseñadas bajo la lógica de la juventud, la prisa y la productividad, olvidando que tarde o temprano todos transitaremos hacia la vejez.

Las banquetas estrechas y quebradas, el transporte público inaccesible, la falta de rampas, semáforos sin señalización auditiva, hospitales saturados y servicios públicos burocráticos son solo algunos de los ejemplos de un país que todavía no planea el futuro con responsabilidad. No se trata de construir ciudades solo para las personas con discapacidad, sino de pensar en entornos inclusivos que beneficien a toda la población. 

Lo que hoy ayuda a una persona con muletas, mañana servirá a un adulto mayor, y después a cualquiera de nosotros en un momento de enfermedad o accidente temporal.

El Banco Mundial estima que cerca del 46 por ciento de las personas mayores de 60 años en América Latina y el Caribe viven con al menos una limitación funcional. Esto confirma que la intersección entre vejez y discapacidad no es un escenario hipotético, sino una realidad tangible que irá en aumento. Y la pregunta que debemos hacernos como sociedad es: ¿están nuestras ciudades preparadas para enfrentar este cambio demográfico?

La respuesta, lamentablemente, es no. No lo están porque seguimos concibiendo la accesibilidad como un gasto extra, como una concesión, en lugar de verla como una inversión en el bienestar colectivo. Nos cuesta entender que un país que no piensa en su población mayor está condenando a millones de personas al aislamiento, la dependencia y la falta de dignidad en su última etapa de vida.

La vejez, acompañada de la discapacidad, no debe ser sinónimo de olvido ni de barreras infranqueables. Cada rampa construida, cada transporte accesible, cada servicio digital adaptado es una manera de anticiparnos a un futuro que no es lejano ni ajeno. Hoy miramos a los adultos mayores como «los otros»; mañana, inevitablemente, seremos nosotros mismos quienes pidamos una ciudad más humana.

El Día Internacional de las Personas de Edad no debe quedarse en discursos y homenajes vacíos. Es una invitación a repensar nuestro entorno desde la perspectiva del tiempo, entendiendo que la vejez no es una excepción, sino el destino natural de quienes logramos vivir lo suficiente. Que no nos sorprenda, dentro de unos años, reclamar lo que hoy decidimos ignorar.

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