Migrantes con discapacidad enfrentan discriminación

*Tienen problemas para ingresar al albergue, no existen rampas para el uso de silla de ruedas

Tomás Baños | El Sol de Tlaxcala

A la pobreza y violencia que los centroamericanos con una discapacidad viven en sus países, ahora enfrentan discriminación e indiferencia de los mexicanos.

En la casa del migrante la «Sagrada Familia», situada en Apizaco, un indocumentado que arriba con una discapacidad no puede valerse por sí mismo para recibir los beneficios. De hecho, no hay rampas para este grupo de la población migrante, usar el baño en el albergue es prácticamente imposible.

Desde que vecinos de la colonia ferrocarrilera de Apizaco, cerraron el acceso al albergue, el ingreso es sobre las vías del tren, es decir, por veredas inclinadas que representan un peligro desde la carretera federal a Tetla de la Solidaridad.

Los indocumentados pasan la noche sobre silla de ruedas o auxiliados con muletas; duermen en casas abandonadas de la ciudad modelo. Un reporte del Comité sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de la Organización de las Naciones Unidas, indica que existe discriminación e indiferencia de la población.

Al respecto, Sergio Luna, director del albergue de Apizaco, señala que recientemente no han tenido reportes sobre accidentes de los inmigrantes a bordo del tren.

Explicó que está documentado de que al menos cinco casos de hondureños que quedaron mutilados a partir de que Ferrocarriles Nacionales de México colocó postes de concreto antes y después de la estación.

El tren acabó con sueños de Ricardo

En diciembre de 2017, el viaje del hondureño Ricardo N., hacia el norte en busca de bienestar se detuvo de golpe. Alcanzar el sueño de cruzar la frontera de México con Estados Unidos de América EE. UU. y trabajar para enviarle dinero a su mamá, era el propósito al salir de su país.

El «catracho», como le apodan, es el hermano menor de cuatro, (dos mujeres y dos hombres). Se trata de una familia campesina en la que el progenitor, hace 20 años abandonó su hogar y sus hijos. Tenía 22 años cuando decidió irse a trabajar de «mojado».

En la estación de Lechería en el Estado de México, había cumplido 20 días de viaje a bordo del tren carguero de Ferrocarriles Nacionales de México.

Sin embargo, el destino le jugó una mala acción que dio un giro de 365 grados a su vida, cuando la «bestia» de acero seguía en movimiento; había completado la mitad del viaje, unos dos mil 500 kilómetros desde Honduras.

Ya estaba oscureciendo, llegamos a Lechería, salté a la grava pero mi pierna quedó atrapada entre las vías de acero», expresa el centroamericano.

Recuerda que minutos después, los paramédicos lo atendieron y «me llevaron a un hospital donde estuve varias semanas, ahí se acabó todo para mí».

Refiere que el Instituto Nacional de Migración le extendió una visa humanitaria y ahora se la pasa viviendo de la limosna de ciudad en ciudad, porque está imposibilitado para trabajar.

«Melo» deambula en México sin extremidades

El nueve de octubre de 2015 es la fecha que nunca olvidará en su vida el hondureño Cristhian Josué N., pues el tren le cercenó sus pies al intentar treparse en una estación de Monterrey, Nuevo León.

Eran como a las 10:00 de la mañana, iba a pasar de nuevo hacia los Estados Unidos de América, por Nuevo Laredo, Tamaulipas, pero todo se truncó, dice.

En este viaje, nació el 15 de abril de hace 42 años es de fuerte temperamento, pero noble ante la palabra de Dios.

No pierde la fe, lleva 17 años viajando sobre las rutas del tren, al que dijo que conoce como la palma de su mano de sur a norte y de norte a sur.

Como fue deportado entre Honduras, Guatemala, México y los EE. UU. ha recorrido miles de kilómetros en tren, transporte público y de carga.

En 2004, salí de Honduras con mi esposa hasta la Unión Americana, con mi madre se quedó un niño de nombre Cristhian José, tenía cuatro años, comenta.

Postrado en la banqueta, bajo la sombra de un árbol, frente a la colonia Colfer, se cubre de los rayos del sol, muy cerca de los muros de cemento que han arrebatado la vida a varios de sus paisanos.

Obsoleta silla de ruedas

Tiene las rodillas cubiertas con vendas. El vehículo que lo mueve, está casi inservible, lo ha soldado varias veces y le adaptó llantas delanteras.

Aunque está cerca la casa del migrante la «Sagrada Familia», prefiere no refugiarse, pues dice que no hay forma de cruzar las vías a menos que lo carguen.

De complexión robusta y tez morena, se mueve en una vieja silla de ruedas que adquirió en Tula, Hidalgo a su regreso de Honduras.

A diferencia de sus paisanos que tienen manos y pies, él requiere necesariamente del apoyo de otros para trasladarse sobre el tren al interior del territorio nacional.

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